Construyendo la República Romana de 1849

La poca conocida República fue un experimento de corta duración en la democracia constitucional.

Por: Marcella Pellegrino Sutcliffe

La polémica causada entre el papa Francisco y el saliente ministro del interior italiano, Matteo Salvini* es un recordatorio de que las relaciones entre la Iglesia y Estado pueden llegar a ser tirantes. Anunciando un cristiano mensaje de caridad hacia los indigentes en oposición a la “cruzada” de Salvini contra la supuesta “invasión” de refugiados, el papa Francisco podría ser visto como tratando de unir la “conciencia de los creyentes con la de los ciudadanos”. Esas fueron las palabras empleadas por Carlo Cattaneo, pensador político de mediados del siglo XIX, ante la elección del papa Pío IX, quien, con una prometedora mente abierta, parecía dispuesto a abrazar el espíritu de su tiempo.

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Papa Pio IX

Las noticias de un Papa liberal se propagaron como reguero de pólvora, generando grandes expectativas. El entusiasmo por Pío IX encandiló a quienes creían que encabezaría el renacimiento espiritual de Italia y el movimiento liberal – nacional.

De la misma forma que la propagación de las ideas liberales habían dado lugar a revoluciones locales en Palermo, París, Berlín, Viena, Milán y Venecia; Roma parecía embarcarse en esta nueva senda. Pío IX, un relativamente joven e inexperto papa liberal, estaba deseoso de dar respuesta a la difícil situación del pueblo, no solo proclamando una amnistía de prisioneros político en julio de 1848; sino, buscando una dirección política más progresista.

El momento fue significativo. El movimiento neo-guelfo, el cual argumentaba que sólo el Papa podía unir Italia, estaba en crecimiento. La aparente buena voluntad de Pío hacia las reformas políticas, junto noticias de que había dado su bendición al Risorgimiento, se transformó en un gran impulso para el movimiento nacional que luchaba contra la dominación austriaca en el norte de Italia.

Sin embargo, para noviembre de 1848, toda esperanza había desaparecido. Abrumado por la ola de entusiasmo popular que sus tempranas reformas provocaron y reacio a liderar una revolución nacional, Pío perdió los nervios. En efecto, una vez que Piamonte declaró la guerra a Austria, Pío anunció que sus tropas no se unirían a los patriotas italianos ya que él no podía iniciar una guerra contra la católica Austria.

La desilución alimentó el descontento entre los revolucionarios y tras el asesinato de una de las figuras institucionales en Roma, el diplomático papal Pellegrino Rossi, la situación se descontroló. La volátil atmósfera que siguió llevó a Pío a huir de Roma temiendo una sangrienta revolución y encontrando refugio en el Reino de las Dos Sicilias. Desde la seguridad del puerto de Gaeta hizo un llamado a los países católicos a fin de que acudan a su rescate en contra de los revolucionarios.

En efecto, en Roma, el fin del poder temporal había sido declarado y una nueva Asamblea Constituyente fue electa el 9 de febrero de 1849. Deseosos de restaurar la calma y determinados a que los valores liberales debían triunfar, los revolucionarios encomendaron la República Romana a uno de los patriotas considerado capaz de dirigirla a través de la inestable situación: Giuseppe Mazzini, el patriota y revolucionario italiano que había estado exiliado por más de una década, se puso en camino a Roma.

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Giuseppe Mazzini

La visión de Mazzini para la República Romana iba más allá de los límites regionales de los territorios papales. Roma era un escalón más hacia el establecimiento de una República nacional y democrática. Los republicanos romanos serían un modelo para Italia y para el resto del mundo. Luego de establecerse en Londres en 1837, Mazzini se había un hecho un nombre propio como un carismático y apasionado defensor de los principios democráticos y nacionales. Había ganado una gran cantidad de partidarios, en especial en Inglaterra, en donde los victorianos radicales rápidamente se dieron cuenta de la trascendental oportunidad que se abría en Roma para Italia y para la “humanidad”. Mientras los soberanos y emperadores de Europa condenaban el establecimiento de la República; la prensa radical, los poetas cartistas y los oradores republicanos ingleses informaron con esperanza sobre los logros y progresos del recientemente establecido gobierno republicano.

Ciertamente, la República Romana de 1849 fue un significativo, aunque corto, experimento de gobierno constitucional y democrático. Abolió la pena de muerte, garantizó la libertad de culto y la libertad de reunión y suprimió la censura. También introdujo el sufragio universal [masculino]: un hito en la historia de Italia. Una vez que la República Romana fue derrotada, los italianos tuvieron que esperar hasta 1946 para acceder nuevamente a este derecho.

Porta San Pancrazio

Puerta de San Pancracio, escenario de la lucha entre las tropas franceses y las fuerzas de Garibaldi.

Observadores internacionales siguieron los acontecimientos en Roma con especial interés. En Inglaterra, protestantes de un sector vieron en la huida del Papa una oportunidad para el resurgimiento espiritual de Italia; mientras que, por otra parte, el Parlamento estaba temeroso de la propagación de las ideas republicanas si daba su apoyo a la República Romana. La prensa conservadora a lo largo de Europa se alarmó reportando que los revolucionarios agitaban banderas rojas y saqueaban. Solo los Estados Unidos reconocieron el nuevo gobierno en Roma, aunque en forma tardía. Sin un reconocimiento formal de los gobernadores europeos, la República Romana estaba condenada y, cuando el Emperador de Francia envió al ejército de Charles Oudinot para luchar en nombre del Papa, el destino de la pequeña República estaba sellado. La condena a la intervención francesa en los diarios radicales ingleses, como Punch, no cambió la actitud de las instituciones británicas hacia la República. En efecto, Gran Bretaña, precavida con la ideología república, solo condenó la intervención una vez que Roma sufrió el fuerte bombardeo de parte de Francia.

En junio de 1849, los franceses sitiaron Roma. Ninguna de sus ruinas o villas se salvaron de las bombas. Sangrientas batallas fueron luchadas por los patriotas tratando de defender la ciudad, hombres y mujeres seguidores de la visión de Mazzini y bajo el liderazgo carismático de Giuseppe Garibaldi. Los revolucionarios se habían reunido alrededor de la ciudad. Habían llegado no solo de todas partes de Italia sino, incluso, desde el extranjero.

Como la ciudad se rindió ante la fuerza de las tropas francesas, Pío IX preparó su retorno a Roma. Su temprana resolución de respetar los derechos de las personas, pero sin la convicción de llevarlo a cabo, había resultado en el sitio de Roma y la despiadada masacre de patriotas y civiles por igual.

Marcella Pellegrio Sucliffe es profesora visitante del Instituto de Educación – UCL y autora de Victorianos Radicales e Italianos Demócratas (Boydell & Brewer, 2014).


Artículo publicado originalmente el 30 de septiembre de 2019 en History Today.
Enlace: bit.ly/2YqtDyi

La traducción de este texto no es profesional

* N.E.: Si deseas conocer más detalle sobre la relación entre el papa Francisco y Matteo Salvini de medidados de 2019 puedes revisar en la siguiente noticia del diario El País de España: https://elpais.com/internacional/2019/06/08/actualidad/1560008961_243766.html

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