El lado más oscuro de la antigua Roma

La élite romana podría haber estado orgullosa de sí mismo debido a su dignidad y honor; pero, como Harry Sidebottom señala, la antigua Roma era una semillero de odios de clases, animosidad racial, intolerancia religiosa y explotación sexual.

Una ordenada procesión de senadores, altivos y vestidos de toga es la más fuerte y permanente imagen de la antigua Roma. La escena nos dice mucho de cómo los romanos se percibían a sí mismos: como civilizados y virtuosos ciudadanos. Por encima de todo, ellos encarnaban la dignitas – un interesante concepto romano para el cual no existe traducción exacta pero que fue usado para referirse a un modo de ser determinado: dignidad, mérito, honor, autocontrol y respeto público. Por ejemplo, para justificar el cruce del río Rubicón y marchar sobre Roma, Julio César proclamó célebremente que la dignitas significaba para él más que la vida misma.

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Marco Tulio Cicerón

Dada una aproximada definición de dignitas, uno podría imaginar que la antigua Roma era un lugar tolerante y placentero para vivir. La verdad, sin embargo, puede estar lejos de ellos. Roma era una ciudad dividida entre la intolerancia y la violencia, un campo de cultivo para el odio de clases, la animosidad racial, la intolerancia religiosa y la explotación sexual. Así que, mientras los romanos podrían haber pensando en sí mismos como civilizados, muchos aspectos de su sociedad serían inaceptables en la actualidad.

CLASES DIVIDIDAS

Únicamente un romano podía tener dignitas, usualmente vista como una característica exclusiva de la rica y educada élite. Los plebeyos de Roma [la sórdida y vulgar plebe, como la élite llamaba a las clases bajas] no podían poseer dicha cualidad.

De alguna manera esto no era una sorpresa. A los ojos de los que se hacía llamar “superiores”, la plebe urbana ni siquiera podía ser considerada del todo romana. Por ejemplo, Marco Tulio Cicerón, uno de los más grandes oradores de Roma, los alabó de auténticos miembros de la sociedad en público, los describió como “maestros del mundo” o “herederos de las virtudes de la antigua Roma”. Pero en un trabajo de filosofía destinado a otros miembros de la élite, empleó un despectivo lenguaje esnobista refiriéndose a la plebe como una “aborrecible multitud”.

El más aristocrático orador, Escipión Emiliano, recriminó a la plebe aún más frontalmente. Eran “extranjeros”, les dijo, e Italia no era más que su madrastra.

ANIMOSIDAD RACIAL

Roma era una ciudad de inmigrantes. Para el reinado de Augusto [31 a.C. – 14 d.C.], la ciudad tenía un estimado de un millón de habitantes. El crecimiento exponencial de la población se debió en parte por la “crisis agraria” de los dos siglos previos como por el acaparamiento de grandes extensiones de terrenos en manos de personas ricas, lo que movilizó a los campesinos italianos lejos de las zonas rurales forzandolos a considerar una nueva vida en la metrópoli. La afluencia continuó durante los primeros tres siglos de nuestra era, cuando los migrantes económicos provenientes de todo el imperio se aglutinaron en Roma. El poeta y satírico romano Juvenal expresó el desprecio de la mayor parte de la élite cuando públicamente denigró a los recién llegado de Siria como “la mierda del Orontes que fluye hacia el Tíber. Muchos de esos inmigrantes vivían apiñados en insalubres bloques de viviendas, mientras que lo menos afortunadas dormían bajo los puentes o se establecían en campos de refugiados en espacios al norte del Campo de Marte, un área pública de la ciudad.

Otros llegaron a Roma debido a que no tuvieron elección. En un determinado momento, gran parte de la población estuvo conformada por ex esclavos cuyos orígenes se ubicaban en cualquier parte del imperio e, incluso, más allá de sus fronteras. Por esta razón, la élite [al parecer olvidando que Rómulo, mítico fundador de Roma, había invitado esclavos para formar el asentamiento original de la ciudad sobre el monte Palatino] pudo despreciar a la plebe como “extranjeros” o de ascendencia servil.

VIOLENCIA

A los ojos de la élite, la plebe urbana eran poco más que bárbaros y frecuentemente los percibían como irracionales y violentos. Mientras escribía su tercera satírica, Juvenal describió como una experiencia particularmente desagradable el encuentro con un plebeyo borracho y matón. “¿De dónde has salido?”, se imaginó haber dicho el plebeyo. “¡Qué hedor a frijoles y vino agrio! Yo conozco a los de tu tipo, tú has estado con algún amigo zapatero, comiendo e hirviendo la cabeza de un carnero y cebollas. ¿Qué? ¿No dices nada? Habla más fuerte o te tiraré la dentadura”.

Irónicamente, la élite no era ajena a infringir violencia física; aunque, por supuesto, debían mantener su dignidad a toda cosa. El padre del médico imperial Galeno aconsejó un vez a sus amigos que estos no debían golpear a sus sirvientes en la boca. No porque ello cause dolor o humillación al sirviente; sino, porque existía el riesgo de que el propietario se hiriese. “Puedes cortarte los nudillos con la dentadura del criado”, advertía, o [peor aún] podrías center ante una ira irracional y perder el autocontrol. Lo que un buen propietario debía hacer es conseguir un bastón con el que pueda castigar al criado ofensivo de forma controlada. Aún cuando daban una paliza, la élite debía mantener su dignidad.

El desprecio que la élite sentía por los plebeyos era recíproco. Cuando el emperador Máximo el Tracio persiguió a la élite por su fortuna [pues necesitaba el dinero para financiar una guerra en el norte] los plebeyos no mostraron mucha empatía. Herodiano, historiador contemporáneo a los hechos, describió la reacción de la plebe en los siguientes términos: “Los desastres que le ocurren a los aparentemente afortunados y ricos no son asunto de la gente común y corriente; incluso, en ocasiones, causan gozo en ciertos despreciables y maliciosos individuos, ya que estos envidian el poder y la prosperidad”.

REBELIÓN

De forma individual, un plebeyo tenía pocas formas de enfrentarse a la élite más allá de ser parte de chismes o escuchar las utópicas diatribas de algún cínico [filósofo que rechazaba las normas sociales tradicionales al, en entre otras cosas, censurar a los ricos públicamente]. Como masa, sin embargo, los plebeyos podía hacer escuchar su voz. Las crisis alimentarias era una de las razones más comunes para amotinarse. En las ciudades provincianas los amotinamientos tenía como objetivo al gobernador o a la élite local [y usualmente tomaba forma de incendio o apedreamiento].

En Roma, las enojadas turbas eran atacadas frontalmente por la Guardia Pretoriana, la escolta personal de los emperadores, y otras unidades militares. En el 238 d.C., durante el “año de los seis emperadores” gran parte de la ciudad fue incendiada durante una lucha entre plebeyos y soldados. Herodiano, quien era funcionario público, señala que ambas partes aprovecharon el caos para atacar a la élite de forma sorpresiva. “La totalidad de las propiedades de algunos ricos fue saqueada por criminales y gente de la clases bajas, quienes se mezclaron con los soldados para lograr ese cometido”.

EXPLOTACIÓN SEXUAL

El entendido origen servil de la plebe contribuyó a su degradación sexual por parte de las clases superiores. Para los hombres de la élite, en cuyos hogares convivían esclavos de ambos sexos, los límites de la coerción y la violación eran difusos. “Todo dueño tiene total autoridad para usar a su esclavo como le venga en gana”, señaló el filósofo Musonio Rufo.

En la sexualidad de un romano de élite importaba poco si prefería el sexo con hombres o mujeres. El placer que se obtenía de cada uno era debatido en la literatura y, posiblemente, también en conversaciones. Algunos hombres preferían acostarse con unos u otros pero la mayoría disfrutaba de ambos. “Homosexual” y “heterosexual” no eran categorías tal como las definimos actualmente.

El género de la pareja no era un problema, lo más importante era saber quién era “activo” o “pasivo” durante el acto. Lo primero era aceptable en un hombre, era considerado “varonil” sin importar el género de su compañero. Por el contrario, lo opuesto era ser “afeminado”, lo descalificaba como varón y dejaba su reputación manchada para siempre.

Debido a que anteriormente los plebeyos habían sido esclavos y víctimas de explotación sexual por parte de sus propietarios, estos ya eran considerados “degradados” y por ello les era “natural” ser pasivos durante el sexo. El retórico romano Séneca el Mayor señaló: “es un comportamiento sexual vergonzoso” [refiriéndose a los hombres en actitud pasiva durante el acto sexual] era “criminal en un hombre libre, una necesidad en un esclavo y un deber para un ex-esclavo”.

Era socialmente inaceptable para la élite masculina tener actividad sexual con varones o mujeres de su misma clase social [excepto su propia esposa]. Los plebeyos, sin embargo, no estaban protegidos por ninguna norma social y la pobreza llevaba a la mayoría de ellos, tanto hombres o como mujeres, a ejercer la prostitución.

INTOLERANCIA RELIGIOSA

En opinión de la élite, la plebe de Roma adoraba a dioses extraños y eran presa de numerosas y extravagantes supersticiones. Si se lastimaban un dedo del pie o resbalaban, si oían el graznido de un cuervo o el chillido de un ratón, si observaban la caída de una teja o se cruzaban con un mono o un eunuco [hombre castrado], era considerado de mala suerte. En el mercado, los plebeyos consultaban a ignorantes intérpretes de sueños, astrólogos y, entre otros charlatanes, a unos que [de forma extraña] predecían el futuro usando un desconocido método que involucraba queso.

Se ha sugerido que algunos egipcios se mudaron a la Suburra, una conocida área de Roma, para estar cerca al templo de la diosa Isis en el Campo de Marte. Calvos y con pechos desnudos, los sacerdotes de Isis eran fácilmente reconocidos. A veces vestían con máscaras de perros como Anubis, antiguo dios egipcio de la muerte. Juvenal echó una recelosa mirada a la “singularidad” de los egipcios, incluído su tendencia a la violencia y sus extrañas prohibiciones alimenticias: evitaban las cebollas, los puerros así como el cordero y la carne de oveja.

Los más rechazados en todo ámbito eran los cristianos, considerados “ateos” por negar la existencia de otras divinidades a excepción de su dios crucificado [por ellos llamado Chrestus o Cristo]. Los cristianos se reunían frecuentemente en ceremonias secretas en la oscuridad y eso motivaba siniestras especulaciones acerca de sus actividades. Se rumoreaba que se reunían en una habitación con un perro amarrado a un candelabro y, cuando un trozo de carne era arrojada dentro, el perro echaba la lámpara sumergiendo la habitación en la oscuridad, de esta manera los cristianos se permitían consentir supuestas e indiscriminadas copulaciones incestuosas. En realidad, debido a ser un culto ilegal, los cristianos se reunían posiblemente al amanecer o anochecer para así evitar las miradas de sus vecinos paganos, quienes frecuentemente los denunciaban a las autoridades.

Harry Sidebottom es profesor de Historia Antigua en la Universidad de Oxford. Su último libro “The Last Hour” está disponible actualmente publicado por Zaffre.

Imagen de portada: Detalle de «El asesinato de César» de Vincenzo Camuccini

Citar este texto:
SIDEBOTTOM, HARRY (2018, 23 mayo). Violence, rebellion and sexual exploitation: the darker side of Ancient Rome. en History Extra. Recuperado el 13 de septiembre, 2018 de: https://t.ly/0n8wg

*Esta no es una traducción profesional

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